A veces las rupturas matrimoniales provocan pasiones de tal intensidad que los cónyuges pierden la cabeza e inician una guerra santa capaz de destruir todo lo que alguna vez construyeron en conjunto. Cuesta entender cómo dos personas que un día se amaron puedan llegar a detestarse tanto. Invadidos por el despecho, la desolación o el remordimiento, comienzan una escalada de disputas sin fin ya sea por los niños, los bienes, los gastos, los muebles, los amigos, las costumbres y los platos. Cegados por el ego herido o el ánimo de revancha, incluso personas sensatas y nobles se involucran en venenosas ofensas y crueles venganzas. En una atmósfera cargada de tensión y dolor, cualquier diferencia se convierte en un duelo a muerte. En vez del luto que sigue a toda pérdida, cunden las descalificaciones y las rabias. Los enamorados de ayer, enfrascados en su lucha, hoy están dispuestos a matarse.
Las peleas cumplen distintas funciones en las rupturas matrimoniales. En primer lugar, la convivencia cotidiana, buena o mala, provee a los consortes de múltiples oportunidades de contacto. Una vez ocurrida la separación los canales de comunicación quedan reducidos a dos: el dinero y los niños. No es de extrañar entonces que estos canales se recarguen y recalienten e, inconscientemente, se conviertan en medios para ventilar heridas abiertas y ajustar cuentas pendientes. También el conflicto desenfrenado puede servir para aliviarles a algunos el remordimiento. Se convencen así de que las limitaciones de la relación son insuperables y, por ende, de la bondad de su decisión. A otros, las batallas eternas les permiten seguir en contacto sin tener que admitirse a sí mismos cuánto necesitan aún la conexión entre ellos. Y muchos, buscando negar la culpa que sienten por su responsabilidad en el quiebre, hacen trizas todo vestigio del amor que alguna vez hubo. Por el contrario, quienes se sienten más perjudicados pueden intentar resarcirse del dolor haciéndose justicia con sus propias manos. Tampoco faltan quienes prefieren cualquier forma de estropicio o autodestrucción con tal que su ex consorte no sea feliz en su ausencia. Por último, el encono puede ser un modo de encubrir la congoja que se experimenta al tomar cabal conciencia de que ya no se cuenta con el otro, y que se han perdido irremediablemente derechos y gustos a los que se estaba habituado. Porque lo que se rompe no es sólo un vínculo sino la historia completa de un mundo compartido.